La mesa diecinueve
Mientras
el Sovereign
inicia
una nueva singladura,
nosotros
nos vamos de retorno,
a
punto ya de concluir el viaje,
la
aventura,
rumbo
a nuestra tierra,
volando
vamos
sobre
las alas azules de la tarde…,
a
diez mil trescientos metros
de
altura,
dicen
por el megáfono.
Torres
de nubes blancas
se
levantan a nuestros pies,
nos
miran indiferentes
mientras
el Airbus A320
pone
en la ruta su empeño,
a mi
lado una joven pasajera
sin
cabeza deja a un sueño,
y yo
abajo muy abajo
imagino
a la tierra ibérica,
a
esa inmensa piel de toro,
donde
se asientan los sillares
del
bello suelo español
que repleto
está de sueños,
de
naranjos y olivares…
Sentados
sobre las alas de éste pájaro
avanzamos
sobre el viento
rumbo
a nuestra pequeña patria.
Las Canarias…
Allí
tenemos a gente que nos ama.
Gente
que nos espera y que nos quiere.
Atrás
también quedaron amigos,
gente
a la que queremos y nos quiere,
somos
los entrañables amigos
de
la mesa diecinueve…
La
tarde se funde lentamente
como
un polo de nieve,
sobre
la mesa diecinueve,
dos
servilletas
se
convierten en pájaros,
y
mientras las niñas
Sara
y Alejandra
pintan
el mundo
de
inocencia y de colores
a
babor el sol se pone sobre Capri.
Maximilian,
sutilmente,
hace
que cante el agua y el vino
por
la boca de los vasos,
mientras
tanto,
Francisco
nos muestra
la sublime
literatura de la carta:
los
entrantes,
primeros
y segundos platos,
los
postres,
las
carrilleras de ternera,
el
rabo de toro
o el
ajo blanco,
el
menú de Jordi Cruz,
la
sopa de cebolla,
el
ceviche,
o
aquel tartar tan rico
con
un toque de cilantro.
Fueron
tantas y tantas
las
cosas que recordamos
aún
no viniendo en la carta,
recuerdo:
aquellos locos
del
chocolate negro,
a
los que gustan de las sopas,
las
empanadas,
el
marisco,
o de
aquellas ricas olivas
expertamente
aliñadas,
los
que descubren entre visillos
a la
puesta de sol,
Nova
Tabarca, la isla plana,
o, a
los que encuentran en el póquer
sosiego
para su alma,
los
madrugadores
que
miramos al rojo sol
naciendo
de La Toscana,
con
una Luna de plata
observando
a nuestra espalda,
o,
cuando entre plato y plato,
en
la maraña de nubes,
surge
San Borondón
como
siempre de la nada.
Hay
unas cuantas verdades
que
llevamos ya para siempre
cinceladas
en el alma,
son
cosas de gran solera,
pues
bien sabemos:
que
para ajo, el mejor,
Las
Pedroñeras.
Para
paella, única,
La Valenciana.
Y
para plátanos, sin duda,
los
plátanos de Canarias.
Late
fuerte mi corazón
nada
hay que me lo altere,
cuando
se cruzan por mi mente,
aquellos
rojos amaneceres,
la
brisa del Mediterráneo,
el
crucero,
los
amigos,
y la
mesa diecinueve.
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Hermoso canto a las cosas que tiene esa tierra que uno ama. El suelo que lo vio nacer y esos lugares no tan lejanos que son tan especiales y tan nuestros como la ciudad donde vivimos. Saludos para toda esas personas tan amables que viven en las tierras de España.
ResponderEliminarMuchas gracias, Emanuel, me alegro que te haya gustado mi poema, que es un canto a España,al Mediterráneo, a la vida, y, sobre todo a la amistad. Un abrazo.
EliminarPrecioso poema de homenagem a terra que se ama .
ResponderEliminarParabéns pelos lindos versos .Viajei para a Espanha através de seus versos .
Abraço
Muchísimas gracias, amiga, sí, es un homenaje a mi país y a unos excelentes amigos que conocimos en este viaje inolvidable. Un fuerte abrazo, querida amiga!!!!
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