A Las Majadas de mi niñez
Había un aire delicioso y puro en Las Majadas.
Eolo, lo enviaba directo desde las cumbres,
acariciando laderas y deslomando a los cerros.
Aromas traía del Padre Teide, de retamas y codesos.
Y ese aire lleno de duendes, de murmullos
y
de voces misteriosas que vienen de los filos
de las cumbres a mezclarse con el ruido de los pinos,
ese, es el rumor tan profundo, que nos devuelve a ser niños.
Recuerdo los tréboles, las rosquillas, los altos herbazales,
los ajos porros. La flor naranja, de las maravillas. Amarillas,
de los altos relinchones y aquella del jaramago,
blanca, como los grandes y blancos magarzales.
Blanca como la espuma blanca de las tanquillas...
Mientras, alegre, por la tarjea, corría el agua del Riachuelo.
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